viernes, 10 de enero de 2014

NACIMIENTO DEL RIO PITARQUE, UN RINCÓN MÁGICO.




 El pasado día 31 de diciembre decidimos realizar una pequeña salida para despedir el año. Fue algo bastante improvisado, pero qué mejor forma de acabar el año que con los amigos. El lugar elegido fue el nacimiento del río Pitarque, para muchos, como es mi caso, un entorno bastante desconocido.
Tras un camino bastante movidito llegamos a nuestro destino. Un pequeño pueblo con bastante encanto, con apenas unas pocas calles, pero al que llegaba el aroma del paisaje en el que nos íbamos a adentrar. La riqueza del entorno se hizo notar ya en los primeros pasos. Un paseo sosegado con muchas risas y momentos graciosos nos llevaría hasta el nacimiento propiamente dicho. Casi desde el comienzo, el río, fue nuestro guía, con ese sonido que a mí en particular me resulta tan relajante. A lo largo del camino, fuimos encontrando pequeñas estancias junto al río, en las que no dudamos en parar para descansar o simplemente para observar con más detenimiento. 

 




                                             


A pesar de las fechas que nos encontrábamos, la temperatura era ciertamente agradable, sin embargo la umbría generada por la montaña nos permitió ver y fotografía unas cuantas  estalactitas.
Un último tramo un poco más abrupto, en el que no falto algún remojón y resbalón llegamos al origen. De la roca brotaba el agua, generando por el desgaste un cañón que se prolonga a lo largo de todo el recorrido.

 


  
       


Las tripas empezaban a rugir, con lo que buscamos un lugar para comer. La verdad no faltaba de nada y la mayoría nos llevamos para la vuelta una buena panzada. Pero si hay algo que se quedó para momentos futuros, un refrán de los que en la enciclopedia de Agustín abundan bastante. “No pongas piedra en el ano, ni en invierno ni en verano”.

La vuelta fue por el mismo sendero, sin embargo con esa característica tan mágica que tiene los espacios naturales, cambia con la luz, la temperatura, el paso del tiempo y sobre todo aparecen y desaparecen de la vista sus inquilinos. Así vimos en lo alto de la montaña, una cabra y dos cabritillos disfrutando plácidamente del día. El cielo también nos ofreció uno de esos cambios constantes, nos deleitó con un fenómeno meteorológico, un fantástico arcoíris haciendo de telón de fondo. Esos fenómenos, son los que hacen, que las visitas a estos emplazamientos se puedan realizar una y otra vez, cada ocasión es única y sorprendente.

Ya de nuevo en el pueblo, no podía faltar la última cervecita del año. Tras esto tocaba la vuelta a casa, los Órganos de Montoro nos acompañaron durante parte de la vuelta, unos estratos verticales calcáreos profundamente impactantes.



ANA GUILLEN

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