domingo, 10 de enero de 2016

EXCURSION DE FIN DE AÑO. ALTO TAJO.



El pasado 31 de diciembre, para no perder lo que desde hace tres años se ha convertido ya en una tradición, decidimos realizar una pequeña escapada para despedir el año.
Esta vez el destino elegido fue el Salto de Poveda y la Laguna de Taravilla, ambos dentro del Parque Natural del Alto Tajo. En esta ocasión, adrenalina la justa, riesgo el mínimo, aventura escasa, pero…paisajes bonitos, compañía inmejorable y  risas, todas.
Tras un viaje entretenido y con una parada obligatoria en Molina de Aragón para comprar pan y recoger a una de las compañeras, llegamos a nuestro destino. Dejamos las furgonetas en el ensanche de una pista forestal, junto a una zona de acampada, nos tomamos un pincho de tortilla de patata que uno de los amigos había cocinado y comenzamos la excursión.


Los primeros pasos los dimos sobre una pista forestal, por la margen izquierda del río, hasta llegar a las Casas del Salto. Una vez ahí, continuamos por un sendero,  bien señalizado por el que poco a poco te sientes invadido por la belleza del paraje, la vegetación, el sonido de los pájaros... Y pocos minutos después, por el agradable ruido del agua.


El sendero nos llevó hasta al puente colgante, por el cual atravesamos el río, no sin antes pararnos a observar  la transparencia del agua y los tonos azulados y verdosos que esta formaba, a pesar de lo nublado que estaba el día.


Ahora tocaba subir un pequeño repecho intenso pero corto que nos hizo llegar a la Laguna de Taravilla. Esta laguna, está actualmente en un claro proceso de colmatación, los sedimentos procedentes de las laderas se depositan poco a poco en los márgenes de la laguna y la vegetación palustre favorece el proceso de generación de suelos. Con el paso del tiempo, tras unos miles de años, la laguna no existirá y se convertirá en una pradera que los árboles irán colonizando.


Una vez disfrutado del paisaje, continuamos subiendo por el camino de tierra, aunque no por mucho rato, solo unos metros hasta tomar el sendero que de nuevo se adentra hacia el río para poder llegar a nuestro segundo destino, el salto.


Tras suaves subidas y bajadas, el sendero nos llevó hasta el mirador, desde donde pudimos observar desde el frente la bonita estampa que forma el salto de Póveda. Antes de llegar al mirador, decidimos acercarnos a la presa o lo que queda de ella, para poder disfrutar de la caída de agua, un poquito más cerca. Aunque puede sonar arriesgado, el muro de la presa tiene una anchura suficiente como para poder caminar por él.


Continuamos la ruta siguiendo las marcas del sendero, por la margen derecha del Tajo. Salvando los pequeños desniveles que tiene el terreno, observando la frondosidad de la vegetación cercana al río, etc hicieron que este tramo fuese uno de los más divertidos.


 

















Terminamos el paseo con un tramo de escaleras que descienden hasta un puentecillo de madera que vadea el río, permitiéndonos  regresar al camino del que partimos, y donde nos estaba esperando la comida.


Ya pasaban las dos de la tarde y a pesar de no haber hecho mucho ejercicio físico, las tripillas empezaban a rugir… Por lo que nos acercamos a la zona de acampada que he mencionado al principio, sacamos la comida, y procedimos a ello. 


La verdad que aunque fuese comida de campo, no nos faltó de nada…Tortilla de patata, buenos quesos, longaniza, chorizo, aceitunas…todo ello acompañado de unas cervezas bien fresquitas. Y como postre, mandarinas de tierras Valencianas y un delicioso bizcocho de nuez que nos había traído María.
 Y ya para terminar con mejor sabor de boca, si cabe, nos acercamos hasta el primer pueblo con bar, para tomarnos un café calentito  y como no podía ser diferente, el último pacharán casero del año.
Tras esta agradable  sobremesa junto al calor del hogar, tocaba la vuelta a casa.


Como veis, no siempre hay que buscar rutas complicadas o senderos agotadores, rodeado de buenos amigos, cualquier destino es bueno.





Texto: Bea Cameo.
Fotografias: J.M. Gil.

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